A la llegada de los conquistadores europeos, los habitantes del continente americano presentaban cierta unidad étnica, pero enormes diferencias en cuanto a su evolución social y cultural: las enormes distancias geográficas y la dispersión de sus pueblos permitía la existencia simultánea de civilizaciones que habían alcanzado notable desarrollo y complejidad y de grupos humanos de organización social y modo de vida muy simples.
Rasgos generales
El término amerindios engloba a las poblaciones que habitaban en el continente americano con anterioridad a su descubrimiento y colonización en época moderna, y a sus descendientes. Se hace excepción de los esquimales, cuyas características raciales son puramente mongólicas, y cuyo hábitat se extiende indiscriminadamente a lo largo de las costas árticas de Asia y América.
Caracteres físicos. Hace muchos años que la división del género humano en cuatro razas -blancos, negros, amarillos y rojos o cobrizos- que tradicionalmente se empleó en Europa quedó obsoleta debido al progreso de los conocimientos antropológicos. En concreto, los pueblos amerindios, a los que se agrupaba bajo el término raza roja o cobriza, están étnicamente emparentados con los habitantes del este y sudeste asiáticos. Es sabido que la denominación de "hombres rojos" se debe a las pinturas con las que se adornaban el rostro los primeros nativos de América encontrados por los exploradores europeos, aunque el término "pieles rojas" fue dado para denominar a los indígenas norteamericanos debido a un tono rojizo de su piel.
Aunque las características físicas esenciales de los pueblos amerindios son fundamentalmente mongoloides, lo cierto es que presentan notables diferencias entre unos y otros, lo que dificulta realizar una descripción general. En términos amplios, puede decirse que el indio americano es de estatura variable entre baja-mediana y alta, siendo en general alta entre los indios de las praderas y de los bosques en el norte y los patagones en el extremo sur del continente, y baja o mediana en el resto del continente (155-160 cm de media los mayas y otros pueblos centroamericanos, 170-174 cm los yuma y algunos indios de las praderas, 168-180 cm los patagones). Las extremidades son más bien cortas, la cintura poco marcada, y la coloración de la piel generalmente pardoamarillenta, si bien en algunos casos llega al amarillento casi blanco. El cabello es negro y lacio, y la vellosidad facial y corporal escasa. No es corriente la calvicie ni el cabello canoso. El rostro suele ser ancho (las poblaciones amerindias son braquicéfalas, a excepción de algunos grupos del este de Norteamérica y de las selvas amazónicas, predominantemente mesocéfalos, y de los fueguinos y uru-chipaya, casi dolicocéfalos), los pómulos marcados y la nariz carnosa, generalmente menos achatada que en el caso de los pobladores del este de Asia, con los que tantos rasgos físicos tienen en común los amerindios. Los ojos son castaños o castaños oscuros, aunque no suele ser marcado el pliegue mongólico en los adultos.
En cuanto a caracteres internos, el amerindio presenta una ausencia casi total del grupo sanguíneo B, sorprendente en cuanto que en Asia se dan los mayores índices del mundo, y una escasez del grupo A, que aparece algo más en los indios de Norteamérica. El factor sanguíneo MN es más abundante en los amerindios que en cualquier otro grupo racial.
Los primeros americanos. El poblamiento de América comenzó a realizarse en época relativamente tardía con respecto a otros continentes. No se han descubierto restos humanos ni vestigios de actividad humana de una vejez comparable a los más antiguos conocidos de Europa, Asia o África. Es ya incontrovertible la tesis de que los primeros pobladores de América provenían de Asia, y que pudieron atravesar el actual estrecho de Bering en la época final de la glaciación de Wisconsin (o Würm), cuando el nivel del océano era inferior al actual y una franja de tierra seca unía Alaska con el extremo nororiental de Siberia, entre los años 40000 y 20000 a.C.
Aunque no se poseen todavía pruebas decisivas que documenten su avance por el continente, es indudable que el hombre se extendió lentamente hacia el sur; se han encontrado restos que revelan la existencia de seres humanos en la Patagonia hace ya diez mil años. La colonización humana del continente americano pudo progresar de norte a sur, por tanto, a lo largo de 200 siglos.
En épocas más recientes, navegantes procedentes de Japón, del sudeste asiático y de Polinesia debieron arribar ocasionalmente a las costas americanas del Pacífico -ello explicaría, por ejemplo, la perfección técnica de la cerámica de Valdivia, Ecuador, aparecida repentinamente hacia el 3000 a.C. y semejante a la cerámica jomon del Japón primitivo- y parece seguro que algunos escandinavos se establecieron en las costas de Terranova y Labrador hacia el año mil de la era cristiana, aunque no dejaron rastro alguno tras de sí. Pese a estos esporádicos contactos, no se ha dilucidado todavía si el desarrollo de las culturas americanas fue totalmente autónomo, a partir de las técnicas líticas que poseían ya los primeros pobladores procedentes de Asia, o bien recibió alguna influencia exterior, merced a los contactos de los navegantes arribados del otro lado del Pacífico.
La mayor parte de los antropólogos estadounidenses se inclinan a la opinión de que las culturas americanas evolucionaron a lo largo del tiempo de forma completamente independiente. Muchos antropólogos europeos y latinoamericanos, por el contrario, encuentran razonable la hipótesis de que las inmigraciones a través del océano, aun siendo escasas en número, debieron resultar decisivas en la conformación de algunos aspectos culturales y, sobre todo, en la agricultura americana. Se apunta, en este sentido, que es probable que la calabaza y el algodón llegaran al continente por el camino del Pacífico; también el ñame. Sin embargo, queda sin explicación el que, junto a esos cultivos, no fueran importados otros como el arroz, el trigo o la caña de azúcar.
Se han barajado diversas hipótesis para explicar las diferencias notables antes apuntadas en los rasgos físicos de distintos pueblos amerindios. Pudo ocurrir que se registrara una primera oleada de invasores asiáticos, premongoloides, con anterioridad a las invasiones principales, constituidas por pueblos mongoloides, que debieron prolongarse hasta el 10000 a.C. Es lo más probable, sin embargo, que fuera la progresiva adaptación a hábitats naturales muy diferentes y el aislamiento de los grupos humanos entre sí la causa fundamental de las diferencias anatómicas. Así, por ejemplo, los indios del altiplano andino poseen una caja torácica mucho más capaz que la de los indios de la costa, producto indudable de la adaptación a la atmósfera enrarecida que han de respirar.
Los pueblos de América del norte
Entre los grupos de América del norte se suele agrupar a los pueblos amerindios distribuidos por los actuales Estados Unidos, Canadá y norte de México. Aunque el nivel alcanzado por las diversas culturas de la región fue muy variado, en ningún caso llegó a la altura de las civilizaciones mesoamericanas, que antropológicamente constituyen un capítulo aparte.
Los pueblos de la costa noroeste. El espacio geográfico de la costa norte del Pacífico, desde el sur de Alaska al norte de California, está constituido por una línea costera muy quebrada, sembrada de fiordos e islas, con un clima muy húmedo y relativamente templado, lo que propicia la existencia de grandes bosques cerca de la costa. Constituyó el hábitat de unos pueblos especializados en la pesca, particularmente del salmón. La abundancia de esta especie provocó un fenómeno similar al producido por el desarrollo de la agricultura intensiva en otras culturas: el excedente alimenticio permitió a algunos miembros de la colectividad dedicarse a tareas no directamente productivas. Por consiguiente, pese a su desconocimiento de las técnicas agrícolas, los pueblos pescadores de la costa noroeste desarrollaron una organización social y religiosa bastante compleja.
Fueron, además, las sociedades más refinadas, desde el punto de vista artístico, de todas las situadas al norte de las grandes civilizaciones mesoamericanas, y sus territorios mantuvieron una población relativamente densa. Su unidad social principal era el poblado.
Las técnicas que mejor llegaron a dominar fueron las relacionadas con la pesca y con el trabajo de la madera: poseían canoas capaces de albergar varias docenas de remeros, así como variados útiles de pesca; sabían construir presas para la captura del salmón; conocían las técnicas de conservación del pescado; y vivían en grandes viviendas multifamiliares hechas de troncos, de forma rectangular. Apenas utilizaron las pieles en su vestuario, aunque ocasionalmente practicaban la caza de rumiantes. Conocían el arte del tejido, y fabricaban mantas de fibra de corteza de cedro que policromaban con diversos tintes, elaborando dibujos estilizados y complejos. Quizá la más conocida de sus manifestaciones artísticas fue la talla de grandes postes totémicos.
Fueron característicos de estos pueblos los potlatchs, celebraciones en las que se efectuaba una exhibición de riquezas que en muchos casos se destruían en el punto culminante de la fiesta. La riqueza y el prestigio social se medían por el alarde realizado en la celebración del potlatch.
Pueblos del Yukón y el Mackenzie. Comprende el área cultural del Yukón y el Mackenzie las cuencas de los dos grandes ríos nórdicos, en Alaska y el noroeste de Canadá. Son territorios interiores situados en latitudes elevadas, de clima subártico y que ofrecen difíciles condiciones de subsistencia. Habitaban estas tierras frías pueblos atapascos, cazadores y pescadores, que se agrupaban en bandas y estaban menos desarrollados culturalmente que los de la costa. Su medio principal de subsistencia era la caza del caribú. Poseían canoas de corteza y trineos de perros, así como raquetas para caminar en la nieve. Habitaban en tiendas cónicas de piel o corteza, llamadas tipis, y sus vestidos estaban hechos de pieles.
Un hecho sorprendente es que la lengua de los pueblos atapascos pertenece al grupo na-dené y está emparentada con la de apaches y navajos, pueblos que habitan mucho más al sur, adaptados a unas condiciones naturales muy diferentes. Posiblemente, todos ellos proceden de una invasión asiática tardía, que atravesó el estrecho de Bering en época relativamente reciente.
Pueblos del área occidental: California, la meseta, la gran cuenca. Los pueblos que ocupaban las tres zonas geográficas que comprende el área cultural occidental poseían como característica común un modo de vida muy primitivo y un desarrollo cultural inferior al de sus vecinos.
California estaba habitada a la llegada de los colonizadores europeos por pueblos que constituían un mosaico étnico y lingüístico. No practicaban la agricultura. Su desarrollo material era muy escaso, y habitaban en abrigos temporales muy simples. Los vestidos eran casi desconocidos Sin embargo, desarrollaron gran habilidad en trabajos de cestería.
Los pueblos de la meseta occidental de Norteamérica, ocupantes de las boscosas cuencas de los ríos Frazer y Columbia, eran, como los de California, lingüísticamente muy variados y poco desarrollados social y culturalmente. Practicaban la pesca del salmón y la caza y recolección de frutos silvestres. Fue notable su pacifismo, así como el carácter igualitario de su sociedad.
Las duras condiciones de vida de la árida gran cuenca del lago Salado hicieron de los shoshone uno de los pueblos de existencia más primitiva. Las familias vivían aisladas, y sólo de forma ocasional se unían varias de ellas para la caza. Recolectores, y ocasionalmente cazadores, la introducción del caballo europeo transformó radicalmente el modo de vida de algunos grupos, al permitirles convertirse en cazadores de bisontes.
Las culturas del sudoeste. Las tierras áridas de lo que hoy constituye el sudoeste de los Estados Unidos y el norte de México vieron florecer en tiempos antiguos culturas complejas, asociadas al cultivo del maíz silvestre, primero (fase cochise), y luego hibridado. Se ha llegado a suponer que en esta zona americana fue donde se produjo la primera revolución agrícola, que daría origen a las principales culturas del continente. Pero parece más probable que tanto el cultivo de maíz como, bastante posteriormente, el de otras especies, surgiera en Mesoamérica.
Hacia el año 300 a.C. aparecieron varias culturas basadas en el cultivo, en regadío, del maíz hibridado: en torno al siglo I d.C., en Arizona y Nuevo México se desarrolló la cultura mogollón, y en el sur de Arizona la cultura hohokam, de la que persisten en la actualidad vestigios de un complejo sistema de presas y canales de regadío construidos en los valles de los ríos Gila y Salado. Desde el siglo IV de la era cristiana se extendió por Colorado la cultura anasazi, que ha sido la más estudiada, gracias principalmente a los yacimientos de Mesa Verde, Pueblo Bonito y otros. En ella se distinguen dos fases muy diferenciadas: la de los cesteros, del 300 al 700, caracterizada por la perfección de las técnicas de cestería, y la de los indios pueblo, en que alcanzaron gran desarrollo la cerámica y, muy notablemente, la arquitectura. Se llegaron a construir edificios complejos de mampostería de varios pisos, que constituían un poblado por sí solos, y se situaban generalmente en desfiladeros casi inaccesibles.
La cultura hohokam, relacionada con las del área mesoamericana (juegos de pelota, pirámides escalonadas), desapareció hacia el año 1100 absorbida por las otras dos mencionadas, que continuaron vivas algunos siglos más. Parece ser que un período de grandes sequías produjo el declive de las culturas del sudoeste, cuyos descendientes (indios zuñi, procedentes de la cultura mogollón, y pima y papago, de la hohokam) se hallaban en un nivel de desarrollo más bajo cuando sus tierras fueron definitivamente colonizadas por los europeos.
Entre los pueblos que ocuparon posteriormente el sudoeste destacan los apaches y navajos, que, procedentes del área nórdica del Yukón-Mackenzie, llegaron a esta región con posterioridad al siglo X. Pertenecían al grupo lingüístico na-dené, como los atapascos, y se dedicaban a la caza y a la recolección, haciendo incursiones depredatorias sobre los pueblos agricultores vecinos. Los navajos aprendieron las técnicas agrícolas de los indios pueblo, y se hicieron sedentarios. Otros pueblos que habitaron la zona fueron los yumas, pertenecientes al grupo lingüístico hoka, extendido, junto con el uto-azteca, por el norte de México.
Pueblos de las praderas. La región de las praderas es una enorme extensión casi llana que se extiende desde el Mississippi, al este, hasta las montañas Rocallosas o Rocosas, al oeste, y desde la actual frontera de Canadá, aproximadamente, por el norte, hasta Texas, por el sur. Los pueblos que la habitaron eran de una gran heterogeneidad lingüística -la lengua comanche pertenecía a la familia uto-azteca mesoamericana-, pese a los frecuentes contactos existentes entre ellos debido a la homogeneidad del medio natural. Unos eran sedentarios, como los mandán, y otros nómadas, como los dakota -siux o sioux- y los kiowa. Los pueblos sedentarios practicaban una agricultura basada en el maíz, la calabaza, el guisante y el tabaco, que los hombres alternaban con la caza.
A partir de la introducción del caballo, en los siglos XVII-XVIII, fue posible la caza del bisonte en grandes cantidades, y tuvo lugar un fenómeno de readaptación de algunos pueblos a un nomadismo de gran movilidad. Así, durante siglo y medio se desarrolló en las praderas una cultura adaptada en todos sus aspectos -creencias, ceremonias, útiles, instrumentos de caza, vivienda- al caballo y a la caza del bisonte. La guerra tenía gran importancia entre estas tribus, cuyos jefes solían ser antiguos guerreros de probado valor.
Pueblos del nordeste. Dos grandes pueblos se repartían la zona de bosques situada alrededor de los grandes lagos y en la fachada atlántica del Canadá y Nueva Inglaterra: los iroqueses y los algonquinos.
Los pueblos algonquinos eran nómadas o seminómadas, y su economía estaba basada fundamentalmente en la caza y en la pesca. Vivían diseminados, reuniéndose las familias sólo en celebraciones determinadas, en las que se invocaba a las dos fuerzas opuestas que regían el mundo, según su mitología: Gluskap y Malsum. La fuerza creadora, Gluskap, se comunicaba con los hombres mediante chamanes -hechiceros- o durante el sueño.
El modo de vida de los iroqueses estaba basado, al menos en los territorios meridionales, en el cultivo del maíz y los guisantes, y en algunos lugares en la recolección del arroz silvestre. La dieta se complementaba con la recogida de bayas, caza y pesca.
La sociedad iroquesa ha sido objeto de un estudio minucioso por los antropólogos, debido a que poseía algunas características muy peculiares. La confederación iroquesa estaba compuesta por todas las unidades familiares de dicho pueblo y lengua, y los cincuenta sachems hereditarios que la regían gobernaban todo lo referente a la política exterior. La unidad social básica de los iroqueses era la familia extendida, matrilineal, que habitaba en una gran vivienda común, rectangular, de techo de corteza de abedul, gobernada por las mujeres de más edad. Herencia, propiedad y relaciones familiares se regían por vía matrilineal. Los poblados eran permanentes y se edificaban junto a las corrientes de agua, rodeados de una empalizada de estacas.
El pueblo iroqués se desplazó a los asentamientos en los que lo conocieron los europeos en época tardía, procedente de tierras sureñas. De ahí su superioridad cultural sobre los algonquinos, a los que estaba poco a poco desalojando de sus tierras -aun cuando continuaban siendo predominantes en el oeste, en las zonas lindantes a las de los atapascos- cuando los europeos desembarcaron en las costas atlánticas de Norteamérica.
Pueblos del sudeste. Ocupaban los pueblos del sudeste los territorios situados al sur de los anteriores y al este de la zona de las praderas, entre el Mississippi, el golfo de México y la fachada sudatlántica de los Estados Unidos. La influencia de las culturas mesoamericanas y del Caribe era muy notoria. Así, el pueblo natchez constituía una teocracia guerrera, y eran numerosos los esclavos. La base de subsistencia era el cultivo del maíz, pero también la caza y la recolección. Edificaban templos sobre pequeños montículos que recuerdan las grandes construcciones religiosas mesoamericanas.
Los creek eran también pueblos guerreros y poseían esclavos. Junto con los cherokees, seminolas, choctaws y chickasaws llegaron a formar en tiempos históricos una confederación que pactó en numerosas ocasiones con franceses e ingleses y demostró gran capacidad de adaptación.
En toda el área cultural del sudeste los poblados presentaban una estructura compleja, y poseían una plaza central donde se hallaban los edificios religiosos y públicos.
Los indios norteamericanos en el mundo contemporáneo. Cuando comenzó la colonización europea en las costas atlánticas de los actuales Estados Unidos y Canadá, existían en ambos territorios más de 200 pueblos indios, que sumaban un número de individuos superior a un millón. Como consecuencia de la expansión de los invasores blancos, muchos pueblos se extinguieron, y otros estuvieron a punto de hacerlo.
Entre los Estados Unidos y Canadá estaban reconocidos como indios en la década de 1980 en torno a un millón de ciudadanos. Con respecto a los mínimos alcanzados a principios del siglo XX -menos de 300.000 en los Estados Unidos-, la población indonorteamericana experimentó un rápido incremento, que aumenta con el paso del tiempo. Diversas reservas se hallan dispersas por todo el territorio de los dos países citados, si bien las más importantes están situadas en los estados de Nuevo México y Arizona. Los indios de las reservas están sometidos a un doble sistema de autoridad: por una parte, los restos de organización tribal (consejo de la tribu, jefe local), y por otra el gobierno federal. Aunque muchos indios viven fuera de las reservas y se han mezclado con el resto de la población estadounidense, los que permanecen en aquéllas suelen tener como medio de vida actividades agrícolas, ganaderas y artesanales. El turismo es una importante fuente de ingresos entre los indios del sudoeste estadounidense, mientras que en el norte del Canadá es frecuente que los indios ejerzan el oficio de guías en los territorios árticos.
La inmensa mayoría de los indios son hoy en día cristianos, si bien hay grupos numerosos que practican religiones sincréticas, con frecuencia muy peculiares. Tal es el caso de los miembros de la Iglesia Indígena Americana, que consideran un sacramento la ingestión del peyote, un poderoso alucinógeno.
Mesoamérica
La región antropológica de Mesoamérica se extiende por el centro y sur del actual México y por los países de América central hasta Costa Rica. Abarca una gran variedad de zonas climáticas y ecológicas. En general, puede afirmarse que toda ella estuvo muy poblada desde tiempos prehistóricos, aunque fueron los valles de México, Oaxaca, Jalisco y Guatemala los que concentraron en mayor medida la población.
Los pueblos que habitaron Mesoamérica presentaban caracteres muy diversos, y hablaban centenares de idiomas, pero todos ellos poseyeron un conjunto de elementos culturales comunes: constantes arquitectónicas -canchas para juegos rituales de pelota, pirámides escalonadas-, calendario, registros históricos, religión compleja en la que aparecían casi siempre un dios de la lluvia y un héroe civilizador, urbanismo notablemente desarrollado, rígida estratificación social y cultivo agrícola fundamentado en el complejo maíz-frijol-pimiento-calabaza.
La revolución neolítica se inició en Mesoamérica entre el 5000 y el 4000 a.C., pero fue hacia el 3500 cuando, coincidiendo con cierto enfriamiento del clima y un aumento de las precipitaciones en el área, empezaron a cultivarse las especies que han seguido siendo el fundamento de la alimentación del hombre mesoamericano hasta nuestros días. Al comenzar el segundo milenio existían ya poblados de gentes sedentarias cuyo principal modo de subsistencia era la agricultura.
Período preclásico: el pueblo olmeca. Se ha denominado período formativo, o preclásico, al que transcurrió desde, aproximadamente, el año 1500 a.C. hasta el comienzo de la era cristiana. En dicho período el hombre mesoamericano se hizo sedentario, desarrolló técnicas agrícolas de gran complejidad, aprendió a elaborar cerámica y tejidos, y creó las primeras ciudades.
Los olmecas. Hacia mediados del siglo XII a.C. apareció en la llanura costera del golfo de México la civilización olmeca. Poco conocido todavía, sabemos que este pueblo poseyó centros ceremoniales y de culto, sacerdotes y clases sociales bien delimitadas. Los olmecas conocían ya el calendario, la numeración y el juego de pelota, elementos culturales que se harían más tarde característicos de todas las civilizaciones mesoamericanas. También poseían un gran dominio de la expresión artística, como puede apreciarse en las grandes cabezas esculpidas en piedra y las pequeñas figurillas de jade. Se han encontrado yacimientos arqueológicos de relevancia: La Venta, que fue un gran centro religioso, y Tres Zapotes, que constituyó un importante centro habitado; ambos están en la porción meridional del golfo de México.
Período clásico. Comprende el período clásico mesoamericano los años que transcurrieron desde el comienzo de la era cristiana hasta el siglo X. En su transcurso, Mesoamérica alcanzó la mayor perfección artística y se desarrollaron grandes civilizaciones urbanas.
Teotihuacan. La primera de las grandes civilizaciones mesoamericanas del período clásico se desarrolló a partir de fines del siglo IV de la era cristiana en el valle de México. El pueblo que edificó Teotihuacan consiguió dominar la totalidad del valle, y su influencia cultural, y quizá también política, llegó hasta la actual Guatemala. Sus grandes edificaciones se cuentan entre los más impresionantes vestigios de antiguas civilizaciones con que cuenta el mundo. Teotihuacan parece haber sido destruida hacia el año 650, y abandonada definitivamente en torno al 900.
Otras grandes civilizaciones, emparentadas con la totihuacana y, desde luego, con la civilización olmeca, fueron las de El Tajín, en la costa del golfo de México, y Monte Albán, en Oaxaca, que tampoco sobrevivieron a los inicios del siglo X.
El pueblo maya. A lo largo del período clásico se desarrolló en Mesoamérica la más original y refinada de sus civilizaciones, así como una de las que mayores misterios encierra aún. Su área geográfica comprendía, en un principio, la meseta de Guatemala, y se extendió, más tarde, a la meseta de Chiapas y la península de Yucatán.
En su origen, el pueblo maya no constituía una civilización urbana. Su modo fundamental de subsistencia consistía en la agricultura de roza en pequeñas parcelas de tierra aisladas, que en dos o tres cosechas quedaban esquilmadas, imponiéndose una rotación de tierras. No eran unas circunstancias económicas propicias a la creación de grandes centros urbanos, pero éstos surgieron, sin embargo, alrededor de los templos ceremoniales, edificados sobre montículos. Quizá el sistema de cultivo, que agotaba la tierra, fuera el causante de la súbita desaparición de las ciudades, que tras abandonarse sin motivo aparente, se recubrían cuidadosamente de tierra y eran reedificadas en otro lugar.
Todavía hoy es fácilmente reconocible el tipo físico maya: por lo general, poseen una cabeza más redondeada, una nariz más prominente y un rostro más plano que los individuos pertenecientes a pueblos vecinos.
Período posclásico. El período clásico tuvo un fin abrupto, aproximadamente en torno al siglo X debido, según se cree, a invasiones de pueblos bárbaros procedentes del norte. Comenzó así el llamado período posclásico, en el que continuó la tendencia al desarrollo de grandes ciudades, y se acentuaron aspectos guerreros en lo referente a la religión y las costumbres. Los dioses de la guerra compitieron con los antiguos dioses de la lluvia, y los sacrificios humanos para saciar a los dioses se hicieron masivos. El pueblo tolteca, primero, y más tarde el azteca, extendieron su poder, desde el valle de México, sobre grandes territorios. Cuando se produjo la llegada de los españoles, la confederación azteca estaba en la cima de su poderío. La conquista truncó repentinamente la vida de una civilización en pleno desarrollo.
Los indios mesoamericanos en el mundo contemporáneo. El fenómeno del mestizaje es característico de los diversos estados que en la actualidad ocupan el área mesoamericana. La cultura indígena sobrevive, en parte, mezclada con la traída por los conquistadores europeos, al igual que las costumbres y las características raciales de la población presentan un mestizaje en muy diversos grados. Sin embargo, todavía persisten núcleos indios de cierta pureza, distribuidos por toda el área, aunque más abundantes en el sur de México y en Guatemala.
Algunos sostienen que no es fácil decidir el criterio apropiado para clasificar a una persona como indio o no. Las estadísticas oficiales se refieren generalmente a las poblaciones que hablan un idioma distinto del español. Pero debido a que el idioma es sólo un aspecto cultural, es más acertado seguir el criterio físico y biológico además de determinar qué comunidades son indígenas; serán indios los que pertenezcan a ellas.
Puede considerarse comunidad indígena aquella en la que los elementos raciales y culturales predominantes son amerindios, se habla preferentemente un idioma distinto del castellano, los elementos indígenas constituyen una fuerte proporción de su cultura material y espiritual y, finalmente, existe una conciencia de comunidad separada de las demás.
Lengua. Del mosaico lingüístico que encontraron los españoles a su llegada a Mesoamérica, son más las lenguas desaparecidas que las que perviven. Sin embargo, todavía se habla cerca de medio centenar de lenguas distintas solamente en México. Varios millones de mexicanos se expresan en una lengua indígena, entre las que las más extendidas son las de los grupos uto-azteca y maya, seguidas por el otomí, el zapoteca y el mixteco. La tercera parte de las personas que hablan una lengua nativa desconocen el español.
En todos los países de América central, una parte de la población habla lenguajes autóctonos: maya, macrochibcha, misumalpa y muchos otros. La proporción oscila entre los dos tercios de algunas zonas guatemaltecas y el uno por ciento de la costarricense.
Agricultura. Las técnicas agrícolas practicadas en las comunidades indígenas actuales apenas han empezado a variar con respecto a las de sus antepasados precolombinos. El maíz se suele cultivar aún por el sistema de roza en las tierras bajas; se quema la vegetación natural poco antes de la época de lluvias para sembrar en el terreno abonado por las cenizas. Durante tres años seguidos se recogen dos cosechas anuales, hasta que el terreno es abandonado por falta de elementos nutritivos. En regiones más altas, el ciclo vegetativo del maíz coincide con las lluvias, de abril a octubre.
Los aztecas practicaron en los alrededores pantanosos de su capital un sistema muy intensivo de cultivo, en chinampas; con ayuda de cañizos, maderas de desecho, etc., se creaba un huerto flotante, que poco a poco se fijaba al fondo. En Xochimilco, lugar cercano a la capital mexicana, todavía persiste esta forma de cultivo.
Las comunidades indígenas están situadas por lo general en regiones de suelos pobres o de difícil acceso, que han escapado a la codicia de conquistadores y colonos. Además de los cultivos tradicionales, se encuentran plenamente introducidas desde hace siglos otras especies exóticas, como la caña de azúcar, el café o el arroz. Pese a ello, el maíz, que se consume de diversas formas (tortillas, tamales, etc.), y el frijol (judía o poroto) siguen siendo la base de la alimentación. En la segunda mitad del siglo XX se inició la introducción de una agricultura más avanzada en muchas comunidades indígenas.
Hábitat. Aunque el hábitat es muy variado, en general puede decirse que las comunidades indígenas forman pequeñas aldeas, con frecuencia compuestas de un núcleo central, con una plaza donde se celebran mercados semanales y donde se hallan la iglesia, el centro administrativo y algunas tiendas. Es frecuente que habiten en ellas mestizos, y que haya un gran número de viviendas diseminadas en varios kilómetros alrededor. En función del lugar geográfico, las viviendas pueden ser simples chozas de ramajes y paja, o, como es habitual en Yucatán y en las tierras altas, de paredes de adobe y techo de paja, con sólo una habitación y una cocina. El mobiliario es casi inexistente: se utilizan para dormir esteras y hamacas.
Artesanía, vestido. La cerámica tradicional se sigue elaborando en muchos lugares, aunque cada vez se extiende más el empleo del torno, desconocido en la América precolombina. La cestería es muy utilizada, y abundan los objetos hechos de junco, palma, mimbre, etc., cuya gran aceptación ha estimulado la tendencia a la producción en serie semiindustrializada.
Se practican todavía el hilado y el tejido artesanales, pese a que los telares de fábrica van sustituyendo poco a poco a los tradicionales. Las fibras más utilizadas son el algodón, que se hila y teje como en tiempos precolombinos, y la lana, procedente del ganado ovino importado de Europa. La vestimenta es ligera en las tierras bajas: los hombres suelen llevar una camisa y un pantalón blancos de algodón, sombrero de paja para el sol y huaraches (sandalias). En las tierras altas se añade al conjunto un jorongo (poncho) de lana. Las mujeres llevan por lo general falda, una blusa o esclavina, y a menudo un chal que recuerda la antigua vestimenta española.
Vida comunitaria, religión. Los sistemas de autogobierno de las comunidades indígenas son muy variados, y no siempre están reconocidos legalmente por los estados. Lo usual es que existan unos consejos presididos por un jefe, o cacique, que regulan los asuntos internos de la comunidad, tales como la distribución de los trabajos comunales.
Si se tiene en cuenta el bajo nivel de vida que suele darse en estas comunidades, la proporción de la renta que los indios dedican a gastos suntuarios -vestimentas festivas, ofrendas a santos, banquetes, celebraciones, etc.- es muy elevada. Contrasta, en este aspecto, la época de relativa abundancia que sigue a la recolección de las cosechas con la de penuria que las precede.
Los pequeños mercados desempeñan un papel esencial en la economía de los indios; en ellos venden éstos el sobrante de las cosechas, que en ningún caso resulta muy amplio porque la agricultura es meramente de subsistencia, y los productos de su artesanía doméstica. Y en ellos compran también los objetos y alimentos que no llegan a producir en sus campos.
La inmensa mayoría de los indios están cristianizados, aunque su religión rinde un culto a imágenes de santos, crucificados y vírgenes muy expresivo de la supervivencia de antiguos cultos a diversos dioses. El bautismo, el matrimonio y el entierro constituyen ceremonias de gran importancia, en las que se mezclan ritos y costumbres precristianas. Reciben una gran consideración social los hechiceros, que suelen ser a la vez curanderos.
Pueblos y civilizaciones de Sudamérica
El poblamiento humano de América del sur se efectuó, sin duda, con posterioridad al de Norte y Mesoamérica. En épocas muy remotas debieron llegar del norte, a través del istmo de Panamá, bandas de cazadores que se extendieron progresivamente hacia el sur y el este del subcontinente; hacia el año 10000 a.C. estaba probablemente poblado en su totalidad. Cinco milenios antes de la era cristiana las costas atlántica y pacífica se encontraban habitadas por pueblos que incluían en su dieta la recogida de mariscos; se han descubierto innumerables amontonamientos de conchas, de origen, sin duda, humano, datados en esta época. En el cuarto milenio comenzó el hombre a cultivar el frijol y la calabaza en la zona costera del Pacífico, productos a los que se unió más tarde el algodón. Por último, la introducción del maíz, importado probablemente de Mesoamérica en el segundo milenio, provocó la definitiva sedentarización de los primeros pueblos, que a partir de entonces basaron su alimentación en la agricultura. La cerámica apareció en las tierras andinas y en las costas cercanas aproximadamente en el año 1800 a.C., con lo que dio comienzo el llamado por los arqueólogos período formativo.
El área centroandina. En los Andes centrales iban a aparecer las culturas más complejas de Sudamérica, comparables en este sentido a las mesoamericanas. Las condiciones climáticas de la costa peruana, de lluvias casi nulas, han permitido la conservación de innumerables vestigios de los diversos pueblos que tuvieron allí su asiento, haciendo así posible la reconstrucción aproximada de la historia cultural de aquellas tierras a lo largo de varios milenios. De forma hasta cierto punto paralela a la evolución de las civilizaciones mesoamericanas, las culturas centroandinas atravesaron un período formativo, un período clásico y un período posclásico -cuyo principio podría ser Tiahuanaco-, interrumpido repentinamente por la conquista española del imperio incaico.
Periodo formativo. Discurrió aproximadamente el período formativo entre los años 1800 y 300 a.C. La población, que cultivaba ya el maíz, se sedentarizó, y apareció la cerámica. Nueve siglos antes de la era cristiana llegó a su esplendor en la costa norte del actual Perú la cultura chavín, que en algunos aspectos parece haber recibido el influjo de la lejana cultura olmeca. Otros focos culturales aparecidos en la costa peruana estuvieron a su vez fuertemente influidos por la civilización de Chavín.
Período de desarrollo regional. Los siglos comprendidos entre el V a.C. y el Vll d.C. constituyeron un verdadero período clásico, en el que varias culturas se desarrollaron en forma autónoma: la mochica en la costa norte del actual Perú, la de Nazca en la costa sur, y muchas otras en los diversos valles costeros. Se han encontrado numerosísimos objetos de barro (huacos) enterrados en tumbas, que ilustran escenas de la vida cotidiana; ello ha permitido a los investigadores reconstruir con cierta fidelidad la vida de aquellas sociedades.
Tiahuanaco. A partir del siglo Vll de la era cristiana se produjo la expansión de una cultura originada en el altiplano: fue el imperio que tuvo por capital a Tiahuanaco, gran centro urbano situado en la orilla sur del lago Titicaca. Su influencia se dejó sentir desde el norte del Perú hasta el norte de Chile. Los diversos estilos artísticos tendieron a unificarse en uno solo. Los centros urbanos crecieron en tamaño, y las sociedades se jerarquizaron de manera considerable.
Los nuevos reinos. Con la caída del imperio de Tiahuanaco en torno al siglo IX se fragmentó de nuevo el mapa político de los Andes centrales, dividiéndose el territorio en varias entidades políticas independientes. En la costa norte peruana, la ciudad de Chanchán, capital del reino chimú, tuvo un enorme desarrollo urbano, ya que las ruinas de sus construcciones de adobe abarcan una superficie de más de treinta kilómetros cuadrados. En la costa central se formó la confederación de Chancay, y en el sur el reino chincha.
La cerámica de este período perdió su antigua creatividad artística, pero se extendió en cambio el trabajo de los metales -oro, plata, cobre, bronce- y se perfeccionaron las técnicas de tejido. En el altiplano que rodea el lago Titicaca apareció una cultura de la que nos quedan numerosas chullpas, enigmáticas torres funerarias de piedra.
El imperio inca. En tan solo cien años de su historia, el pueblo inca pasó de poseer a principios del siglo XV una exigua cantidad de territorio en los alrededores de Cusco, o Cuzco, su capital, a extenderse por todos los Andes centrales, desde el sur de Colombia al noroeste de la Argentina. Su caída, en 1533, a manos de los españoles supuso el final de la última gran cultura autóctona de América.
Pueblos agricultores y pastores de los Andes meridionales. Separada geográficamente de los Andes centrales por una banda desértica, la zona templada del Chile central, de clima mediterráneo, estaba poblada por pueblos araucanos, que, procedentes probablemente de la vertiente oriental de los Andes, se habían establecido en la región a comienzos del siglo XIV. En el momento de la llegada de los conquistadores españoles había tres grupos principales: picunche, mapuche y huiliche, de lengua y cultura muy semejantes. Eran pueblos agricultores y pastores, cuyo desarrollo cultural estuvo muy influido por las grandes civilizaciones andinas, de las que, sin embargo, consiguieron mantenerse políticamente independientes.
El extremo noroeste de la Argentina actual estaba habitado por pueblos diaguita-calchaquíes, que poseían una cultura de caracteres andinos: practicaban el pastoreo de llamas y cultivaban una agricultura de irrigación, con frecuencia en terrazas. Su base de alimentación eran el maíz y la papa, o patata, y sus centros habitados aldeas fortificadas de piedra. Entre sus objetos cerámicos destacan las urnas funerarias.
Al oeste de la cordillera, en el actual norte de Chile, se hallaban pueblos diaguitas, de cultura muy semejante.
Ambos pueblos, diaguita y diaguita-calchaquí, fueron conquistados por los incas poco antes de la llegada de los españoles, pero no llegaron a perder sus costumbres y organización social propias.
Pueblos del área cultural circum-Caribe. Los antropólogos denominan circum-Caribe a una amplia área cultural compuesta por un conjunto de pequeños estados, que se extendían por la actual costa norte venezolana, las Guayanas, el norte de Colombia, la costa del Ecuador, gran parte de América central y las grandes y pequeñas Antillas. Se suele incluir en esta área, pese a las distancias geográficas, a algunos cacicazgos de las tierras orientales de Bolivia, debido a las semejanzas culturales que presentaban con respecto a los anteriores.
Organización social y política. El grado de desarrollo cultural en el área circum-Caribe fue inferior al conseguido por las grandes culturas andinas y mesoamericanas, pero superior al de los pueblos del bosque tropical. La influencia de las civilizaciones vecinas fue grande, y algunos pueblos del área -en el Ecuador y en el sur de Colombia- conocieron la sumisión al imperio incaico poco antes de la llegada de los europeos.
En los pequeños estados del área circum-Caribe la religión se hallaba estrechamente vinculada a las instituciones políticas, y los caciques eran a la vez jefes políticos y sacerdotes de los dioses del estado, representados éstos por ídolos que presidían ceremonias oficiales en sus templos. En las grandes Antillas -cuyos habitantes conocieron una rápida extinción tras la conquista española-, Venezuela y Bolivia oriental la organización política era de marcado carácter teocrático, y las costumbres, en líneas generales, relativamente pacíficas. En América central y las costas del Pacífico del Ecuador y Colombia, los pueblos eran más belicosos, tal vez debido a la influencia mesoamericana, y poseían clases sociales rígidamente compartimentadas, con diversas categorías de jefes, hombres libres y esclavos.
Sistemas productivos. Todos estos pueblos conocieron la agricultura, que practicaron en medios naturales muy variados: tierras húmedas, secas y de montañas, incluso en terrazas. El regadío, sin embargo, sólo fue utilizado comúnmente por los arawak de las grandes Antillas, que alcanzaron gracias a él una densidad de población considerable, lo que no impidió que fueran desplazados por los caribes, procedentes de la zona amazónica, así como por algunos pobladores de las llanuras costeras del continente.
En determinados pueblos tuvo importancia como fuente de alimentación la caza, mientras que en otros predominaba la pesca. El transporte se desarrolló considerablemente, sobre todo debido al intenso comercio de metales, aun cuando no se empleaban bestias de carga. En cambio, la navegación en la costa del Pacífico llegó a adquirir un notable desarrollo.
En Bolivia se descubrió la técnica de alear cobre y estaño para formar bronce. Los metales citados, así como el oro, la plata, las esmeraldas colombianas y las perlas del Caribe, fueron objeto de intercambio en el área.
En los pequeños reinos y cacicazgos del istmo centroamericano se sumaron las influencias mesoamericana y andina, por lo que resulta imposible precisar las fronteras entre una y otra. En la parte sur de la zona apareció antes la cerámica, con técnicas seguramente importadas de las civilizaciones andinas. Se desarrolló asimismo el trabajo de orfebrería. Son característicos los metates, piedras de moler esculpidas con gran dominio técnico.
Pueblos agricultores de las selvas tropicales. Un extenso tapiz de bosque tropical recubre las Guayanas, las cuencas del Orinoco y Amazonas, la franja costera de Brasil y la parte oriental de la cuenca del río de la Plata. La selva tropical estuvo habitada, y continúa estándolo en su mayor parte, por pueblos agricultores, dispersos en una gran extensión de territorio muy poco poblado, con un grado muy bajo de desarrollo cultural y social.
La naturaleza es en la selva pródiga en recursos alimenticios muy variados: caza terrestre y de animales acuáticos, pesca y recolección de bayas y frutos silvestres. Sin embargo, a excepción de pequeñas bandas nómadas, los habitantes de la extensa región han basado históricamente su alimentación en el cultivo de especies como la mandioca, la batata, la calabaza o el frijol. El maíz tiene poca importancia, salvo en las tierras más cercanas a los Andes.
La agricultura apareció -o fue introducida- en el área en el transcurso del primer milenio anterior a la era cristiana. El sistema de roza empleado imponía la necesidad de trasladar los poblados de lugar cuando las tierras de los alrededores quedaban agotadas. La población de la selva era, pues, seminómada, y se trasladaba con relativa facilidad gracias a la tupida red fluvial. Es esa facilidad de comunicación a lo largo de los ríos la que explica, más que la homogeneidad del medio natural, la distribución por toda el área de determinados rasgos culturales.
Los pueblos de la selva tropical apenas poseyeron diferenciaciones sociales, ni conocieron la formación de entidades políticas superiores a las determinadas por los lazos de parentesco. Tampoco desarrollaron castas sacerdotales ni erigieron templos. Todas estas características los diferencian profundamente de los pueblos del área circum-Caribe, a los que por otros rasgos se asemejan de manera considerable.
La Montaña. Se da la denominación de Montaña a una extensa franja selvática que discurre desde Ecuador a Bolivia, en los primeros contrafuertes orientales de los Andes. Los pueblos que la habitaron recibieron la influencia cultural de las civilizaciones andinas: sabían tejer el algodón, la cerámica estaba decorada con motivos próximos a los de sus vecinos occidentales, y poseían animales domésticos. Eran pueblos esencialmente guerreros, de gran ferocidad, que fueron aniquilados casi en su totalidad a finales del siglo XIX. Hacían la guerra para adquirir prestigio gracias a las cabezas cortadas al enemigo, que los jívaros sabían reducir a pequeño tamaño.
El pueblo tupí-guaraní. Los pueblos tupí y guaraní ocupaban una gran extensión selvática, al sur del Amazonas y en su desembocadura. Fuertemente emparentada entre sí, la religión de ambos pueblos, de carácter mesiánico, los llevó a efectuar grandes migraciones por toda el área de la selva. Los tupimanbá, pueblo tupí que emigró desde la selva amazónica a la costa brasileña en el siglo XIV, practicaban la pesca marina y la agricultura como medios principales de subsistencia. Cuando se produjo la llegada de los europeos, vivían en un estado de guerra perpetua entre los diversos grupos. Organizados en clanes patrilineales, habitaban en poblados grandes de planta cuadrangular, fortificados. Su acendrado canibalismo llamó la atención de los conquistadores.
El alto Xingu. La región del alto Xingu posee un difícil acceso, lo que ha permitido la pervivencia de numerosos pueblos indígenas intercomunicados entre sí, que han acabado formando una unidad cultural, pese a la existencia de idiomas muy diferentes. Las artesanías de los diversos pueblos están muy especializadas, y ello permite un intenso intercambio comercial. Contrasta el pacifismo de estos pueblos entre sí con la hostilidad que todos ellos manifiestan hacia los pueblos del exterior del área.
La civilización de Marajó. La gran isla de Marajó, situada en la desembocadura del Amazonas, conoció, algunos siglos antes de la conquista europea, una civilización de origen incierto, si bien se cree que fue iniciada por una migración río abajo desde las zonas andinas. Quedan como testigos de esta cultura, llamada Anatutuba, tumbas, grandes plataformas, y, sobre todo, una cerámica decorada con motivos geométricos y antropomorfos, cuyos rasgos se asemejan a los del período formativo de las culturas andinas. Esta misteriosa sociedad había desaparecido ya cuando llegaron los portugueses.
Los indios del Chaco. El Chaco es una vasta llanura que se extiende desde el río Paraguay hasta los Andes, de clima extremado, con una estación invernal seca y otra húmeda, en verano, durante la cual gran parte del territorio queda inundado por las aguas estancadas. Estaba habitado por indios pertenecientes a cinco grupos lingüísticos diferentes, además de los guaraníes, llegados en el siglo XIV a raíz de una de sus migraciones de carácter religioso.
Pese a las diferencias idiomáticas, la unidad cultural de los indios del Chaco era notoria. La agricultura, por ejemplo, no se practicaba quemando la vegetación natural, sino limpiando de ella el terreno, que se sembraba poco antes de la llegada de las lluvias. La recolección de plantas silvestres y la caza complementaban la dieta. Los pueblos que habitaban en las proximidades de los escasos cursos de agua conseguían grandes cantidades de peces en la estación seca mediante la pesca con ayuda de redes, manejadas de forma colectiva, lo que marcó profundamente sus formas sociales. Los sistemas de parentesco de los pueblos del Chaco tenían como lazo principal la línea materna. Eran de una gran belicosidad, y se enfrentaron con firmeza a los españoles.
Cazadores y recolectores nómadas del cono sur. Las desfavorables condiciones naturales del extremo sur del continente americano impusieron a sus primitivos habitantes un régimen de vida que excluía la agricultura y, por consiguiente, la concentración de la población en grandes núcleos.
El sur de Chile está constituido por una costa montañosa y sumamente recortada, de clima húmedo y frío. Sus habitantes primitivos, los indios chono, alakaluf y yahgán, utilizaban canoas de corteza o troncos de árboles vaciados para practicar un estilo de vida nómada, en grupos que rara vez sobrepasaban la unidad familiar. Su base de sustentación era el marisqueo, complementado con la caza ocasional de mamíferos marinos. Poseían escasos instrumentos materiales: aparejos de pesca muy simples, chozas y cobijos temporales de construcción rudimentaria. Apenas conocían el vestido, a pesar del rigor del clima.
Los pueblos que habitaban el sur de Chile y la Tierra del Fuego presentaban unas características raciales peculiares: mesocéfalos e incluso dolicocéfalos, su rostro era ligeramente prognato, y su aspecto físico resultaba muy distinto del de los integrantes de los demás pueblos amerindios.
En la otra vertiente de la cordillera andina se extiende la Patagonia, tierra seca y fría, barrida por los vientos, en la que sólo crece una hierba corta y dura. En estos territorios, así como en los más templados y acogedores de la Pampa, situada más al norte, habitaban bandas cazadoras nómadas (indios charrúa en lo que sería Uruguay, querandí, tehuelche y puelche en las llanuras argentinas, ona en la Tierra del Fuego), cuyo género de vida se asemejaba en gran medida al de los indios de las praderas norteamericanas. Su base principal de subsistencia la constituía la caza del guanaco, el ñandú y otros animales de menor tamaño, complementada con la recolección de las escasas plantas silvestres útiles. Su habitación era muy simple: un toldo de pieles servía de resguardo, sostenido por estacas. Además de otras armas, como arcos y lanzas, poseían boleadoras, piedras redondas que se ataban a los extremos de tiras de cuero; se arrojaban a las patas de los animales, y al enredarse en ellas les impedían la huida.
Del mismo modo que ocurrió con los indios de las praderas norteamericanas, los cazadores de las llanuras argentinas adoptaron tempranamente el caballo, que introdujeron los conquistadores europeos, lo que acentuó su movilidad, indujo a los pequeños bandos primitivos a agruparse en otros mayores y aumentó su espíritu belicoso.
Los indios sudamericanos en el mundo contemporáneo. El único país de Sudamérica que no conserva elementos raciales indios en su territorio es Uruguay. En la Argentina y Chile los indígenas fueron objeto de exterminio sistemático, de una manera parecida a lo ocurrido en los Estados Unidos, y sólo quedan descendientes de los pobladores primitivos en un número reducido, por lo general en zonas rurales poco accesibles, aunque sus costumbres apenas se diferencian de las de los agricultores de raza europea que los rodean.
En la Amazonia, Guayanas y cuenca del Orinoco siguen existiendo tribus dispersas que han mantenido muy pocos contactos con la civilización europea. Donde se hallan las cifras más altas de amerindios de todo el continente es, sin embargo, en los Andes centrales, en Ecuador, Perú y Bolivia, países donde constituyen la mayor parte del campesinado.
Las poblaciones indias de los Andes centrales se hallan repartidas entre dos etnias principales: quechua y aimara, o aymará, y una tercera, residual: los uru-chipaya.
Los uru-chipaya, de los que solamente quedan algunos centenares, habitan preferentemente en la orillas del lago Titicaca. Son dolicocéfalos. por lo que es probable que provengan de una de las primeras invasiones premongoloides a través del estrecho de Bering.
Los quechua son la etnia numéricamente más importante. Aunque antropométricamente pueden distinguirse varios pueblos diferentes, los rasgos culturales que los unen, producto de la común dominación incaica, son los mismos. Se caracterizan por su unidad idiomática, si bien existen varios dialectos del lenguaje quechua, que en el Perú y Bolivia está considerado como lengua oficial, junto al castellano.
Los aimara ocupan en la actualidad una parte del altiplano, al sur del lago Titicaca, en el Perú y Bolivia. Su territorio está casi rodeado por pueblos que hablan el quechua. Se cree que su idioma proviene del antiguo imperio preincaico de Tiahuanaco. El aimara es idioma oficial de Bolivia, junto al quechua y el español.
Las características físicas de los pueblos andinos son bastante homogéneas, producto de una adaptación de miles de años a las condiciones peculiares del altiplano, en altitudes que rondan los cuatro mil metros.
Es característica la comunidad agraria indígena, respetada por las leyes estatales en la actualidad, que viene funcionando desde tiempos del imperio inca. El espíritu colectivista está muy desarrollado, expresándose en la forma de tenencia y explotación de las tierras, en los trabajos colectivos, etc.
En las tierras más bajas del fondo de los valles se cultiva el maíz, frecuentemente en terrazas. En las laderas altas, el clima no permite el cultivo más que de tubérculos, el principal de ellos la papa, o patata, que se conserva desecada (chuño). La puna, sobre los cuatro mil metros de altitud, es dominio de gramináceas muy resistentes, que pastan las llamas y vicuñas. La carne de estos animales se conserva también desecada (charqui). Tiene cierta importancia la pesca, con arpones y redes, en los lagos andinos. El Titicaca es muy navegado en balsas de forma muy peculiar hechas de totora, un junco de las orillas del lago. Se encuentra extendido entre las poblaciones andinas el consumo de la coca, cuyos principios activos se ingieren masticando las hojas junto con algo de cal.
El sentimiento de la naturaleza como algo sagrado es general en las poblaciones andinas, pese a su aparente cristianización. Montañas y ríos son seres provistos de espíritu; diversos genios y espíritus pueblan lugares singulares, como rocas, desfiladeros, etc. Recientemente se han tratado de resucitar viejas ceremonias incaicas, pero el auténtico sustrato de la religiosidad precristiana hay que buscarlo, más bien, en los cultos nominalmente cristianos.
Paraguay es, junto con Perú, Bolivia y Ecuador, el país sudamericano donde la etnia indígena está presente con más fuerza. Aunque los pueblos propiamente amerindios del Chaco fueron casi exterminados, una proporción considerable de los paraguayos habla el guaraní, idioma en el que se editan publicaciones periódicas y textos literarios.